Camboya en pocas palabras
Un color: El rojo. De la tierra, de la piel de la gente, de las puestas de sol sobre el rio Mekong.
Una característica: La amabilidad de la gente.
Una puesta de sol: Sobre el río Mekong desde una isla donde tuvimos que pernoctar por avería en el barco.
Un amanecer: En Angkor, cuna del imperio kemer entre los siglos IX y XV.
Un encuentro: Con mi amiga Belén de Pamplona, que vino a celebrar las Navidades a Camboya trayendo mucho turrón, chocolate y chorizos. Gracias Belen!
Un rostro amigo: Kim Song, una estudiante a quien conocí en Battambang y después volví a encontrar en Kampong Cham.
Una comida: Hmock de pescado en Stung Tren, es una sopa de pescado con leche de coco.
Un postre: El mousse de chocolate de “Friends”, un restaurante de Phnom Penh donde forman a ninhos de la calle para ser camareros y cocineros.
Una bebida: Zumo de canha de azucar.
Un pueblo: Kratie, en la orilla del Mekong, con el aire de ciudad de otra época.
Una ciudad: Kompong Cham, también a orillas del Mekong.
Un museo: Tuol Sleng, en Phnom Penh (capital), antiguo colegio convertido en centro de torturas por los Kemeres Rojos donde mas de 15,000 personas fueron sometidas a las más brutales torturas entre 1975 y 1979.
Un templo: Benteay Srey, en Angkor. Aunque es un templo pequenho, el tono de la piedra rojiza y los grabados en la piedra me cautivaron.
Un mercado: El “Ruso” de Phnom Penh, donde se puede encontrar de todo.
Modo de trasporte: El barco, por el Tonle Sap o el Mekong.
Un Parque Nacional: Virachay, en el Noreste del país.
Un monte: Wat Banan, en lo alto del cual se halla un antiguo templo budista con vistas a la gran planicie banhada por el lago Tonle Sap.
Un río: Sin duda, el río Mekong, que en Camboya discurre aún manso y tranquilo.
Un lago: Yeak Lom, en el Noreste del país. Este lago se formó hace cientos de miles de anhos en el crater de un volcán extinto.
Un paisaje: El río Mekong desde la colina de Wat Hanchey, 20 Km al Norte de Kompong Cham. Aunque la colina no tiene más de 100 metros, las vistas se pierden en el infinito, pues las tierras alrededor son muy planas.
Un puntazo: Comenzar el anho subiendo a las colinas de Phnom Pros y Phnom Srei, en sustitución de mi clásica subida al monte Adarra en Hernani el primer día del anho.
Una aventura: Ir en barco-canoa desde Kratie Stung Tren, al Norte de Camboya. A medio camino golpeamos una roca en el fondo del río que abrío un canal de agua, y por el retraso tuvimos que pasar la noche en una isla, donde nos invitaron a una boda Kemer y aprendimos a bailar el baile típico.
Un disgusto: El día en que se estropeó el disco duro donde grabo las fotos digitales.
Un momento desagradable: al cruzar la frontera entre Vietnam y Camboya y darme cuenta de que me han timado un punhado de dolares al sacar el visado. Lo desagradable no fue el timo en sí, sino que la guía con la que veníamos desde Vietnam me dijo que ese era el precio del visado.
Un recuerdo triste: Oir a Thouan, un guía que tuve en Battambang, narrar la triste historia de su familia y de sus hermanos asesinados por los Kemeres Rojos.
Un recuerdo feliz: Los estudiantes universitarios de Battambang y la convivencia con ellos por unos días.
Un paseo en bici: Por Phnom Penh, explorando la ciudad y perdiéndome en ella, como el dia que aparecí en el Norte de la ciudad siguiendo las vías del tren, a cuyos lados hay cantidad de chavolas de gente que vive en una miseria muy grande.
Un viaje en barco: de Siam Reap a Battambang, atravesando el lago Tonle Sap, así como inmumerables canales y aldeas flotantes.
Un trekking: Por los senderos del Parque Nacional de Virachay, con Murray, un canadiense muy simpático, y Dim, un guía local de una minoría étnica de las tantas que hay en el Este de Camboya.
Un libro: “Anho Cero” de Francois Ponchaud, un cura francés que vivió anhos en Camboya y narra en el libro la locura de los primeros meses del regimen de Pol Pot, los Kemeres Rojos.