Viaje a Oriente

Caminar y soñar. Todos los viajes y aventuras comienzan dentro de uno mismo. Seguramente hay mil y una razones para echarse al camino, pero la más poderosa de todas es el impulso interior, indescriptible e irracional, que como una feroz corriente nos proyecta hacia lo desconocido y misterioso. Mikel

13 agosto 2006

De vuelta al hogar

Queridos amigos,

Os escribo desde casa, desde mi pueblo Hernani en el País Vasco. Hace ya algunos días que llegué desde Mongolia, poniendo así fin a mi viaje al Oriente. Bueno, más que un punto final del viaje, espero que se trate de un punto y seguido…pues algún día espero regresar a Asia.

En octubre del año pasado, cuando mi partida hacia Vietnam era ya inminente, un escalofrío me recorría el cuerpo por momentos. Confieso que sentía un poco de miedo. Viajar hacia un continente totalmente desconocido para mí, con una cultura tan diferente y tal mosaico de lenguas, me producía una sensación de vacío, de estremecimiento; como cuando estamos ante el umbral de algo tan radicalmente diferente a todo lo que conocemos que se nos encoje el corazón. Así me sentía.

Además, tampoco tenía muy claro lo que estaba buscando, aunque levemente intuía lo que podría encontrar. Esta falta de un objetivo concreto contrastaba enormemente con mi viaje anterior a Sudamérica, donde salí de casa con una idea muy clara de lo que buscaba: comprender una realidad, que ya me era familiar, desde un ángulo social y ambiental.

Tal vez esta falta de objetivos concretos en mi viaje a Oriente sea lo que me permitió estar más receptivo y abierto a todo aquello que me encontrara por el camino. Al no tener un destino concreto, el camino se convirtió en mi mejor compañero. Fui acostumbrándome a ir haciendo camino al andar, como decía Machado.

Al principio me costó entregarme a ese fluir del camino. La inercia de toda una vida me empujaba a querer marcarme metas de antemano.

Poco a poco acepté dejarme llevar por la corriente del propio viaje. Cuanto más me entregaba a ese fluir, más profundamente sentía una confianza interior en el sentido de cada paso que daba. Así que dejé de buscar cosas, y simplemente abrí los ojos y el corazón a todo lo que me rodeaba.

Descubrí un nuevo mundo.

Comencé a sentir el fluir del tiempo de una manera desconocida para mí hasta entonces. Fui desprendiéndome poco a poco de la necesidad de “hacer” cosas, y casi sin querer comencé simplemente a “estar”, a sentir y percibir.

Todo comenzó a fluir más despacio, y eso me permitió fijar mi atención. A veces en lo que me rodeaba, otras en las sensaciones y reflexiones que ese entorno producía en mi interior. Y descubrí algo: que cuando fijamos toda nuestra atención en algo, y le dedicamos todo nuestro ser, ese “algo” (una situación, encuentro, paisaje, persona, mirada…) se convierte en parte de nosotros mismos, y nos transforma.

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Por ejemplo, cuando llegué a Laos, me impactó mucho ver que en los pueblitos, en las zonas rurales, casi nadie trabajaba en el campo. Las familias pasaban el día reunidas en sus casas de madera, los niños jugando y correteando, los mayores charlando, echando una siesta… Por doquier encontré fiestas populares, y las parejas parecían haber conspirado para casarse todos en la misma época. Mi primera impresión fue que me encontraba ante un pueblo muy alegre y tranquilo, pero también poco trabajador y bastante perezoso.

Luego supe que al ser la época seca, y tratándose de una sociedad basada en la agricultura, aquellos meses de sequía eran también un tiempo de descanso y renovación. Durante los seis meses que dura el monzón y sus lluvias, tanto las personas como los animales de tiro, sobre todo búfalos de agua, no tienen respiro. Se trabaja de sol a sol en los arrozales, con las piernas hundidas en el fango hasta las rodillas.

Así que los meses de sequía son una oportunidad para que se renueve el ciclo de la vida: que descanse la tierra, después de haber entregado sus frutos; y que descansen los campesinos y las bestias de tiro.

Cuando dejé Laos, mis prejuicios iniciales de un pueblo poco trabajador y perezoso habían dejado paso a un sentimiento de profunda admiración. Admiración por la sabiduría de un pueblo que sabe acoplarse a los ciclos de la Tierra; que trabaja cuando es necesario y que sabe tomarse un merecido descanso para renovar fuerzas y disfrutar de la vida junto a sus familias y comunidades.

Esto es algo que los técnicos del Banco Mundial no supieron entender. Hace algunos años propusieron a varias comunidades del Sur de Laos invertir en un proyecto de irrigación para el arroz. De tal forma que en vez de una cosecha de arroz al año pudieran obtenerse dos o tres cosechas. El proyecto suponía trabajar tanto durante la época de lluvias como en la seca. Trabajar sin descanso todo el año.

Según me contaron, los técnicos del Banco Mundial no podían salir de su asombro cuando todas las comunidades potencialmente “beneficiadas” por el proyecto de irrigación lo rechazaron. Aquel proyecto claramente iba a hacerlos más ricos, pero no más felices.

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Bueno, con esta anécdota de Laos me despido.

Otro día os escribo para contaros sobre mi llegada a Hernani, mi pueblo. Mi idea es quedarme a vivir aquí. Me lo estoy tomando como una gran aventura, y no es para menos, pues regresar a casa después de haber vivido doce años en otros países es en muchos sentidos como regresar a un lugar nuevo.

Como me dijo mi amigo Valdemar, el Hernani que he encontrado no es aquel que dejé hace doce años. Muchas cosas han cambiado, desde mi sobrina Nahia, que esta semana cumple 4 años, hasta mis hermanas, mis padres, amigos…. y yo mismo. Mi gran reto ahora es llevar a la práctica un dicho que siempre me gusta recitar a otros:

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en cambiar de paisaje, sino en aprender a mirar con otros ojos”.

Os debe resultar curioso que este dicho lo diga yo, que no he parado de cambiar de paisajes y de países en todos estos años.


Un abrazo enorme a todos y todas, y no dejeis de escribirme. Tengo muchos correos sin contestar, iré respondiendolos poco a poco en las próximas semanas.


Mikel