Un día en Vietnam (I)
La ciudad se llama Soc Tran, en el Sur de Vietnam. Estamos muy cerca de la desembocadura del rio Mekong, que tras más de 4000 Km desde su origen en el Tibet vierte sus aguas en el mar de China. Antes de alcanzar el mar el Mekong riega un gran Delta, haciendo que sea el granero de Vietnam. Aquí se produce una enorme cantidad de arroz, pescado, fruta y verdura, que se consume en el resto del país y se exporta también.
A diferencia de otros grandes ríos, el Mekong ha permanecido al margen de los grandes proyectos de desarrollo durante muchas décadas. La sed de energía en todo el sureste asiático, sin embargo, está dibujando un nuevo y desolador escenario. Decenas de presas están siendo construidas, o bien en el propio Mekong o en sus innumerables afluentes.
Mi plan en los próximos meses es remontar el río, y acercarme lo más posible a su origen en el Tibet. Por ello, conocer el lugar donde el Mekong se funde con el mar tiene para mi un significado especial.
Según mi mapa del Delta (de escala 1:500,000), la desembocadura debe estar a unos 10 Km de Soc Tran. Así que hacia las 8,30 de la manhana bajo a la recepción del hotel a recoger la bici que me va a prestar el portero para todo el día a cambio de un Euro. No hay mapas de la ciudad en Soc Tran, no es de extranhar pues no he visto a un sólo turista desde que llegué ayer por la tarde. La chica de la recepción se apiada de mí e improvisa un mapa sobre un recorte de papel. Todo claro. Sólo hay un pequenho detalle. Hasta la desenbocadura del Mekong hay 36 kilometros! y no los 10 que pensaba recorrer en bici. Bueno, me consuelo pensando que a la vuelta tal vez haya algún barquito que vuelva o un camión que me recoja.
Antes de salir de la ciudad paro en un taller de motos a que me suban el sillín de la bici (no hay palanca y el tornillo está enronhado). La verdad la bici está hecha polvo: el manillar tiene vida propia y se zarandea para los lados, la cadena se me ha salido dos veces en menos de cinco minutos, y el sillón es duro como una piedra, no quiero pensar en el estado de mi trasero al final del día…
En el taller de motos, de unos 20 metros cuadrados, hay al menos 15 trabajadores jóvencísimos. Aquí en Soc Tran el único lenguaje posible es el del mimo, así que me pongo a hacer gestos para que me bajen el sillín de la bici. Los chavales del taller a estas alturas ya están por el suelo de la risa, haciendo chistes entre ellos. Esta situación ya la he pasado como cien veces en Vietnam, así que ahora ya me río con ellos. Con el sillón un poco más alto, pero aún muy bajito para mis piernas, me dispongo a salir de la ciudad. El parkinson de la bici va disminuyendo un poco con la velocidad, aunque no paso de 15 por hora.
A esta hora la carretera está llena de estudiantes que van al cole. Casi todo el mundo en bici, otros muchos en moto. Las chicas llevan un uniforme color lila claro, parece de seda por el brillo. Van erguidas en sus bicis con las melenas al aire. En casi seis semanas en Vietnam aún no he visto un solo uniforme, ni siquiera en las zonas más rurales, donde los uniformes no estén relucientes, como recién salidos de la tintorería. Los chicos van con un pantalón gris y camisa blanca. Es divertido observarlos. A veces van en parejas o en tríos charlando tranquilamente sobre sus bicis. No es raro que vayan agarrados de la mano, pero siempre chica con chica o chico con chico. Las muestras de carinho entre sexos opuestos son muy raras en lugares públicos. Todos van sonrientes y llenos de vitalidad.
A los 3 kilometros paso por el pueblo de My Xon, donde giro a la izquierda en dirección sureste. La carretera se va vaciando de gente. Al poco aparece a mi izquierda un canal de unos 50 metros de ancho; la carretera va paralela al mismo. A ambos lados de la carretera hay casitas de un piso, algunas de madera y hojas secas, otras de ladrillo. Al otro lado del río hay un sendero que también va paralelo al río, uniendo las casas que hay en ese margen.
De vez en cuando aparece un puente cruzando el canal. Me dan ganas de cruzar al otro lado. Aunque la carretera en este lado es tranquila, tengo curiosidad por recorrer el sendero del otro lado. En el siguiente puente cruzo. Un hombre que va pasando el puente en moto me hace un gesto como diciendo que el sendero no tiene salida. Le agradezco su amabilidad, pero quiero recorrer el sendero, así que lo sigo un buen rato. Tiene como un metro de ancho, y va pasando por en frente a casas donde la gente está tumbada en hamacas, viendo televisión o trabajando en elgún taller. Al final el sendero se convierte en un barrizal, y después de un rato se acaba. Media vuelta.
Casi todo el mundo saluda y se queda mirandome fíjamente mientras paso con la bici. Les devuelvo el saludo, “Xin Chao!”. La gente sonríe o se ríe directamente al verme, algunos me hacen un gesto para que pare.
Vuelvo al camino de asfalto. De vez en cuando paro para preguntar si voy en la dirección correcta. La verdad que no hay como perderse, es sólo seguir el margen del canal. Después de una hora y media pedalendo paro en un garito para beber agua de coco, y me quedo un rato “charlando” con el senhor y la senhora. Bueno el garito es la parte delantera de su casa en realidad. Me despido y sigo el camino.
Al rato aparece a por la derecha un monasterio Khremer. Esta zona de Vietnam antiguamente perteneció a Camboya, y la cultura Khremer aún tiene mucha fuerza. Tímidamente me acerco a la entrada, no se si voy a ser bienvenido. Aparco la bici y me acerco a unos tarabajadores que están arreglando unos de los patios. Les pregunto con gestos si puedo visitar los dos pequenhos templos…parece que sí, pero por si acaso empiezo a caminar despacito hacia la entrada del primer templo, que está en la parte posterior.
En los escalones de la entrada hay tres jóvenes monjes envueltos en telas anarajandas, muy llamativas. Calculo que no deben tener más de 22 anhos. Inclino la cabeza ante ellos y les senhalo la entrada. Sonríen y se miran entre ellos. Les digo mi nombre, de donde vengo (es lo único que se decir en vietnamita sin mirar el diccionario). Me hacen un gesto para entrar.
Es un templo muy sencillo, pero con unos frescos en las paredes y en el techo preciosos. Las pinturas parece que cuentan alguna historia y siguen un orden que no puedo descifrar. Calculo que preguntarles por el significado de los frescos no va a esclarecer mis dudas, así que me limito a decir “muy bonito”, senhalando al altar. Me senhalan unas barritas de incienso. Cojo una y la enciendo frente al altar. Pido un buen deseo con el corazón.
Nos pasamos un rato hablando con gestos, yo intentando pronunciar algunas frases fáciles anotadas en mi cuaderno. Les pregunto si puedo sacarles una foto, y enseguida se ponen a posar. Cuando les ensenho las fotos en la pantallita quieren que les saque más.
Antes de irme les pido su dirección…No me entienden, pero insisto, hasta que uno de ellos anota algo en mi cuaderno que parece todo menos una dirección. No hay ni un solo número. Será una oración? Bueno, me digo que cuando vaya a la oficina de correos a enviarles las fotos saldré de dudas…
Retomo el camino en dirección a la desembocadura del río Mekong. Ya no se como ponerme para que el sillín de la bici no se me clave en todos los huesos. A veces me dan ganas de desviarme del camino principal y perderme entre los extensos arrozales que se extienden hacia mi derecha. Pero me recuerdo que mi objetivo del día es ver la desembocadura… Si me sobran fuerzas a la vuelta ya visitaré los arrozales.
Ya son más de dos horas pedalendo, y empiezo a sentir el cansancio. Maldigo la bici y al portero que me la alquilado. No se si ha sido buena idea venir en bici, por lo menos en este trasto viejo. Estoy en esas cuando se aparece mi ángel de la guarda. Viene por detrás en moto y se pone a mi lado. Es un senhor de unos 60 anhos con la cara curtida pero una sonrisa tranquila y unos hojitos que apenas sobresalen. Me hace un gesto con la pierna, estirándola. Capto la idea. Me pregunta si quiero que me empuje con una pierna desde su moto. Le digo que sí. Ahhhhhh!!!!!!!! Que gusto ir a 30 por hora y sin dar pedales. Intento mantener la dirección para no hacerle el trabajo más complicado. Ni me giro para mirar a mi angel por miedo a desviarme de la línea recta imaginaria que sigo a toda costa. Al pasar por un puente mi angel me adelanta y gira a la derecha, sin esperar un gesto de agradecimiento por mi parte. Simplemente desaparece hacia el oeste. Me digo que este gesto tal vez sintetice bastante bien la amabilidad innata de los vietnamitas.
Sigo pedaleando, en un rato más debo llegar a Cuan Tren De, mi destino.
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